Desde mi balcón he pensado en ella. Aunque nunca llegué a conocerla, no es la primera vez que imagino su rostro y su vida, que ya se fueron. Me contó sobre ella una baracoense instalada en Santiago de Cuba: Ángela (Angelita). La mujer era su vecina de enfrente. Hacía noventa años que vivía en una casita al lado de la calle Enramadas. Le gustaba sobre todo leer y hablar. Era muy delgada y muy dulce. Por las tardes, en el caluroso Santiago, le era imposible estar a gusto en su guarida, por eso, cada día, después de comer, se dirigía a casa de Angelita. Ésta tenía un recibidor amplio repleto de fotos de la familia, nietos, hijos e incluso bisnietos. Había tanto espacio que creo recordar dos sofás, cuatro butacas y dos balancines. El asiento favorito de "la Nena", como la llamaban, era uno de los balancines. Allí pasaba ratos contando historias sobre su vida y sobre los libros que devoraba. Luego le entraba un profundo sueño y se quedaba traspuesta. Al despertarse, el sol ya había bajado y regresaba a su casa.
Angelita explicó que un día, extrañada porque "La nena" no había acudido, fue a llamarla a su casa. Nadie contestó y así fue como descubrieron que la madrugada anterior, la mujer había dejado este mundo mientras dormía. Noventa y tantos años después de nacer, se desvaneció sin hacer ruido, con la misma dulzura que aparecía en casa de su vecina para refugiarse del sol.
Todavía la recuerdan los vecinos de su calle. Ahora yo también pienso en ella de vez en cuando, me la imagino, balanceándose en el recibidor de Angelita, con los ojos cerrados y media sonrisa descansando bajo su nariz.
