dilluns, 21 d’abril del 2014

"Elogio a la discreción"

Lunes, 21 de Abril 2014

Antoni Puigverd escribe en La Vanguardia el siguiente artículo.

En la sociedad del exhibicionismo, nada es tan intrigante como la inhibición. Cuando todo el mundo desnuda sus sentimientos y creencias, nada es má provocativo que el pudor. En la era del striptease, nada es tan extraño como vestirse; y en la era del striptease emocional, nada es tan liberador como la invisibilidad. Cuando todo el mundo convierte la propia vida en espectáculo, recuperar el sentido de la intimidad es revolucionario.

Desde hace unos meses, el ensayista Pierre Zaoui está dando que pensar a los franceses. Reivindica la discreción y el arte de desaparecer. Abanderado un valor considerado anacrónico, Zaoui sostiene que el comportamiento discreto tiene como objetivo abdicar de la voluntad de poderío personal. Mientras todo el mundo, a través de diversos formatos de internet, sube al tren de gran velocidad de la afirmación enfermiza del yo, Zaoui propone cultivar una ecología del yo otorgándose curas de reposo en el lento vagón del silencio. Se trata de desaparecer un poco. No sólo para dejar sitio a los demás, sino para poder observar mejor a los demás.

Zaoui bucea en la cara oculta de la modernidad hipermediática, dominada por la obligación de la visibilidad y por la carrera de la celebridad. Comunicamos nuestros pensamientos personales íntimos o secretos al mundo: amigos, conocidos, saludados, desconocidos. Oponiéndose a esta presión, Zaoui pone en valor el placer del retraimiento, la gracia de la contención, la tranquilidad que resulta de ceder la palabra a los demás.

Si todo el mundo, con narcicismo galopante, pugna por derramar sobre los demás un diluvio de imágenes y palabras, Zaoui propone detenerse de vez en cuando para eliminar el esmalte personal y decolorarse. Compara la decoloración al "bienestar del nió al que el maestro no llama a la pizarra y que puede quedarse en el fondo de la clase y soñar junto al radiador mientras contempla a sus compañeros".

El término proviene del latín discretio, que significa "separación, distinción, diferencia", es decir: suspender las formas de relación y de visibilidad convencionales. Zaoui no propone una suspensión radical o una desaparición absoluta como la del ermitaño que se exilia del mundo. Propone una desaparición ligera. Se trata de contener la necesidad de aparecer y de mostrarse. La distancia de la discreción no te escinde del mundo, al contrario: permite contemplarlo desde mejor perspectiva. La discreción es un tiempo de espera: detiene el deseo de afirmarse, de ser reconocido, de ser visto, admirado y querido.

Según Walter Benjamin, Baudelaire fundó la discreción moderna. El discreto contemporáneo observa el exterior para desplegarse interiormente. En el desierto, huyendo del mundanal ruido, el anonimato es imposible. Es en la gran ciudad, rodeado por la multitud, donde podemos experimentar el placer del incógnito, el sentimiento de lo que Baudelaire llama la flânerie: el pensamiento errático, la ociosidad y el vagabundeo de aquel que observa el mundo sin tocarlo, sin necesidad de imponerse.

Si la palabra de moda es selfie (autorretrato fotográfico), la fotografía más sugestiva es la que hace el smartphone cuando está desconectado: impide que todos sepan qué haces y dónde estás. Si todos pugnan por escribir el tuit más sorprendente o deslumbrante, el discreto prefiere este haiku de Matsuo Basho: "Contra mi puerta / las hojas de te muertas / que arrastra el viento".

En la época en la que todo el mundo está hiperconectado, la palabra más sugestiva podría ser desconexión. Empiezas cerrando el smartphone unas cuantas horas al día. No envías fotos del último lugar que has visitado. Ahora te encantaría que todo el mundo supera qué ciudad visitas en este día festivo, o que contemplaran la foto de la parrillada de cordero pascual que te estás zampando con los amigos, pero te contienes: sabes que aquellos a quienes escribirías también están comiendo. Desconectas el teléfono ya no sólo cuando trabajas o comes, también por la satisfacción que obtienes de un tiempo de silencio: por el placer de callar. Desconectas, también, por pudor: para no bombardear a los demás. Tampoco opinas ya a cada instante sobre aquello de lo que todo el mundo discute. Mientras todo el mundo proclama lo primero que le pasa por la cabeza ante cualquier noticia, sea trágica o cómica, sea importante o banal, tú dejas que el tiempo madure su calibre y sentido. Dejas que la noticia haga su camino y, generalmente, acabas constatando que lo que parecía tan impactante no es más que otro grano de arena perdido en el desierto.

Aprender a contener la voluntad de estar presente en la vida de los demás. Empiezas a comprender que generar constantemente tuits, watsaps, correos o notificaciones de tu aportación al Facebook es una práctica intrusiva, una enfermiza afirmación de tu ego que implica inevitablemente la violación del tiempo y el espacio de los demás. Haces que el mundo descanse de ti. Dejas espacio para los mensajes, ideas o propuestas de los demás. Reconoces que proclamabas con voz demasiado alta tus opiniones y exagerabas tus puntos de vista marcando ruidosamente el paso: mejor será andar de puntillas, sin armar tanto ruido. ¿Qué tal si das un paso atrás?

La discreción era una virtud antigua, pero Zaoui la describe como el factor imprescindible de la creatividad: "Para Proust era un privilegio asistir a la propia ausencia". Y una necesidad social: "la discreción es un gesto político".

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