diumenge, 1 de febrer del 2015

El lugar

Hoy me gustaría recoger algunas reflexiones extraídas de una entrevista de La Vanguardia al poeta Joan Margarit, que acaba de publicar su último libro "Des d'on tornar a estimar" (Desde donde volver a amar).

"El sentido de la vida lo tiene que buscar cada uno. Amar es un lugar, pero no es el mismo. Cambia de intensidad, de color, según las edades de la vida. Vivir es no dormirse, es buscar el lugar desde donde poder amar."


"El amor, que es lo que nos pasamos la vida buscando, tiene dos componentes: la bondad y la admiración. Admirar no consiste en abrir la boca alucinando, es algo más sutil. Y ser bueno todavía resulta más complejo. Para considerarte buena persona, la sociedad te indica los pasos, te pone manuales, debes ser bueno según ellos... Pero la bondad está mucho más allá. El poema tiene que ir a buscarla, la bondad y la verdad."



"Nunca encuentras la verdad de golpe, pero que intuyes que está ahí, notas su presencia."



"La poesía debe forzar las palabras al límite de sus posibilidades. Más allá de eso solo está la música. Con las palabras puedes hacer dos cosas: jugar al juego de la prosa o estirarlas sin que pierdan su significado, esa es la poesía."



"Con la edad ya puedes decir lo que piensas, sabes que la vida es riesgo y que la seguridad no existe. Hay dos edades en la vida en las que lo ves todo mucho más claro: la infancia y la senectud. Hace frío, pero todo es transparente. En medio de esos dos ciclos de vida están los días grises, con niebla, y cuando la vida te pone trampas".



"Nunca creí en Dios. Siempre pensé que el ser humano necesita mitos para vivir, fuerzas más poderosas que él mismo que en un momento pueden ayudarle. Y Dios ha funcionado estupendamente. Cuanto más primitivo y menos complejo sea ese ser humano, más necesita sus mitos. Yo los respeto".



"La experiencia está sobrevalorada. Un viejo, por ser viejo, no es sabio. Si de joven has sido un asno, de mayor más."



"Me costó mucho aprender que de la vida no puedes esperar muchas cosas. Hay una época en que te embaucan, te crees que te vas a comer el mundo. O que tendrás una pareja fabulosa. No, no existe la pareja fabulosa, existe alguien que te puede entender. Con quien encontrarte en un territorio común, sin muchas pretensiones. A la vida hay que irle quitando pretensiones..."


-Cosas en común-


Habernos conocido
un otoño en un tren que iba vacío;
La radiante, aunque cruel
promesa del deseo.
La cicatriz de la melancolía
y el viejo afecto con el que entendemos
los motivos del lobo.
La luna que acompaña al tren nocturno
Barcelona-París.
Un cuchillo de luz para los crímenes
que por amor debemos cometer.
Nuestra maldita e inocente suerte.
La voz del mar, que siempre te dirá
dónde estoy, porque es nuestro confidente.
Los poemas, que son cartas anónimas
escritas desde donde no imaginas
a la misma muchacha que un otoño
conocí en aquel tren que iba vacío.




-Flores blancas en la niebla-


Sábanas grises de la escarcha
cubrían el bancal de los almendros;
pero llegaron lluvias como máscaras
y la hierba borró los espejos del frío.
En la invernal mirada un aire cálido
comenzaba a mentir
a aquellas alas grises
de pájaros erráticos en árboles desnudos.
En una sola noche de tibieza
con reflejos de sombra en el espejo,
los almendros se abrieron en sus flores.
Tú llegaste también
en un tiempo de frío y soledad:
El amor fue la brisa
sobre la escarcha gris. Las flores olvidadas
extendían olor a primavera
en el ámbito helado, nieve cálida
de breves flores blancas. Con tristeza
las recuerdo durante aquel invierno
que en una sola noche las heló.



-Historia en un ático-

La vida convirtiéndose -¿recuerdas?-

en viajes y trabajo.
La terraza, las vistas, y nosotros
mirando hacia otra parte: así acostumbra
a iniciarse el error: Pero al final,
hacía tanto frío que una tarde
cerramos la terraza de aquel ático.
Sabes lo que te ofrezco: un viejo buitre
a quien el miedo hace volar más alto
y que prepara su vertiginoso
descenso hacia las últimas carroñas.
Del confuso negocio del amor
quedan sólo las últimas monedas
de un tesoro saqueado. Conversemos,
ya que nosotros siempre hemos hablado,
y la conversación tiene el calor
que desea quien sube a un tren nocturno
como el que se me lleva: mi pasado
se borra y el futuro ya no es nadie.
Es otra clase de felicidad.




-Horarios nocturnos-


Acostado a tu lado, oigo los trenes.
Cruzan mi frente sus fugaces luces
rasgando el horror tibio de esta noche.
La pausa de silencio me deja una luz roja,
una nota sobre este pentagrama
de cables y de vías oscuras y brillantes.
Acostado a tu lado,
oigo cómo se alejan con el ruido más triste.
Quizá me he equivocado no subiendo a uno de ellos.
Quizá el último acierto
sea -abrazado a ti-
dejar pasar los trenes en la noche.

Joan Margarit

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