“El mundo se halla impregnado de cosas
valiosas, de virtualidades y riquezas infinitas
que reclaman al alma. Toda la naturaleza
palpita en el corazón del hombre. La vida sale
de sí misma, se proyecta hacia el futuro e
inicia la línea de una trayectoria. El hombre
quiere las más hermosas estrellas del cielo y
toda la sublime voluptuosidad de la tierra.
Nada próximo ni remoto puede calmar la
agitación profunda de su corazón. Del choque
de las fuerzas e impulsos en conflicto es
preciso que surja la silueta de una acción
precisa. Es preciso conquistar todos los días
la libertad y la vida. El hombre es el único
ser viviente capaz de perdición. El animal
vive y muere. El hombre además se pierde.
La educación es una empresa de salvación.
«Ganarse la vida», la vida personal auténtica en la lucha por la existencia personal y
radical, contra los elementos de disolución y perdición, constituye esencialmente su
principio y su fin. Es preciso hallar en el choque de las fuerzas impulsivas y de las
resistencias ciegas la línea luminosa que señala para cada persona la conciencia clara de un destino
que hay que cumplir. No otro es el
sentido de la vocación. Mediante ella cada
cual es llamado a algo intransferible. La
función de la educación no es otra que
promover, orientar y fomentar la vida hacia el
cumplimiento de su propio mandato. En la
vocación se halla la propia ley y en su
cumplimiento la afirmación de la libertad y de
la personalidad. El «deber ser» ideal se
concreta así en la fórmula de un imperativo
personal intransferible. La naturaleza
racional se precisa y concreta en cada cual
mediante la fidelidad al destino propio. Es
preciso que cada cual sea lo que es – según el
precepto pindárico – con toda verdad y
fidelidad.
De ahí un sentido luminoso de comprensión, de
reverencia y de profunda tolerancia.
Toda personalidad tiene derecho al
cumplimiento de su deber, a trazar sobre el
universo la línea melódica de su existencia.
Toda conciencia es sagrada. Sólo es digna
de esta reverencia en cuanto cumple en efecto
un destino y proyecta sobre el mundo.
Una radiación de luz auténtica. Y esto para los hombres y para los pueblos. Sólo siendo
en verdad uno mismo es posible ponerse al servicio de algo, realizar una misión
personal y adquirir, por tanto, un sentido de valor universal, único e intransferible.”
J. Xirau, Obras completas II
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