Un viejo amarra su barca
en la orilla del paseo de Muros.
Camina con desgana hacia un banco
enfrente del mar.
Tal vez el brillo de sus minúsculos ojos
desolados
pertenezca al recuerdo,
todavía vivo,
de tiempos más alegres.
Sentado,
abre una bolsa de plástico
y remueve su contenido:
puede que tres peces.
Echa un último vistazo al mar,
esta vez al horizonte,
y se sabe esclavo de esta fiera azul e infinita
a la que ama.
Muros, Octubre 2010
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