dimecres, 13 de maig del 2015

La corriente

Barcelona amanece soleada, a pesar de que es invierno. Las ovejas salen de sus hogares dispuestas a hacer girar la rueda un día más, con una ciega convicción de que haciéndolo se convierten en seres útiles y felices. La prisa invade las calles, las escaleras de acceso a los metros, los andenes. Los túneles de transbordo parecen un desfile de tendencias de la temporada, a juzgar por los rostros sonámbulas y los modelitos casi idénticos, como si de uniformes se tratara. Con el móvil pegado a la mano, alivian el aburrimiento que les provocan los desplazamientos bajo tierra o en autobús. Tal vez ignoren que este aburrimiento es la relajación del alma, el punto de inflexión que es fuente de creatividad e ideas. La hiperactividad, la multitarea, todo esto es lo que se lleva ahora. Incluso podemos aplicarlo a las películas más vistas: son aquellas que distraen, evaden, entretienen... ¿por qué no dedicar dos horas a saborear un filme lento, sutil, sin apenas diálogos... Historias que no giren en torno a los superhéroes, a los personajes míticos y a los inventados...sino cuyos protagonistas sean los derrotados, los desgraciados, los que pasan desapercibidos por su sencillez e integridad. Eso no llena las salas, y cuando algo no es rentable, desaparece rápidamente del mapa y se deshace por el laberinto del olvido. Por ser poco beneficioso y también, a veces, por contar verdades demasiado incómodas. Eliminan estos tipos de manifestaciones artísticas por miedo a que logren despertar a las ovejas de su engaño azucarado. Hablo, en esta ocasión, de la película Leviatán, la cual os recomiendo que veáis antes de que la quiten, que será pronto. Es una obra maestra.
Todo esto venía a que esta mañana, entre la muchedumbre, unos ojos sin miedo, pero sin ilusión, se han cruzado en mi camino. Era una chica joven que pedía dinero mostrando sus deformidades físicas. Era imposible que se hubiera desplazado sola hasta allí, porque no podía mover los brazos ni las piernas. ¿Quién, cada mañana, la debe conducir hasta el túnel del metro de Catalunya, le coloca un vaso de cartón entre las piernas, y la abandona a su suerte hasta medianoche? ¿Quién cree que esta chica valora la posibilidad de ser feliz? Y sin embargo, su mirada era serena y pura. Ella se sabía prisionera, no sólo de su cuerpo, sino del mundo injusto y corrupto que nos rodea. Y, ante esto, no podía hacer más que dejarse llevar por la corriente del río, sin caer en la desesperación...sólo viajando hasta el futuro que, cabe recordar, es el mismo para todos. ¿Hay algo que podamos hacer para cambiarlo?

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